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Al norte del cerro de Pacandé

Por: María Paula Anaya Caicedo

Ir a un lugar desconocido y sin poca fama, no es de mucho gusto para cualquier viajero del común, por lo general, se busca un lugar exótico y que tenga las características de esta representativa frase “playa brisa y mar”. Pero, ¿por qué no ir a un lugar distinto? Esta experiencia comienza sin un rumbo fijo, donde lo predecible pasó a un segundo plano.

 

Al salir de la ciudad de Ibagué en el departamento del Tolima, en el parabrisas del automóvil se observa decenas de vehículos con una expectativa gigante a cerca del lugar al cual se dirigen. Aquella salida de la ciudad se ve inundada por camiones de tracción pesada y uno que otro lugar de diversión conyugal. Aproximadamente a 80 kilómetros por hora se queda en el retrovisor el letrero que anuncia: “Bienvenido a Ibagué.

 

Todo ibaguereño que se respete observa la cautivante montaña al descender el Alto de Gualanday, al pasar curva tras curva reluce una imponente construcción vial, donde los pasajeros y conductores reducen la velocidad y algunos se detienen a captar en una fotografía un puente enorme, que ha futuro disminuirá el tiempo de un viajero afanado, pero también disminuirá el tránsito por el municipio de Gualanday, como si se viese aplastado por cientos de metros de concreto.

 

Una leve llovizna decora el paisaje, se empiezan a posar aquel pastizal verde limón, con visos amarillos, todo esto acompañado del grito de emoción de un niño al ver el ganado comer a eso de las diez de la mañana.  La mirada de los adultos se desvía al apreciar una enorme meseta que en esta ocasión se vio decorada por trazos de algodón; las nubes esta vez hicieron lo suyo. Después de una charla jocosa y entonar una canción en la radio, la vía es obstruida por un tractor con un fuerte sonido, y por un campesino con sombrero y botas de caucho,  intentando cruzar sus “bestias” de un lado al otro de la calle. ¿Acaso en la ciudad los tráficos suelen ser tan particulares?

 

Próximo municipio Chicoral. Al pasar por la vía principal todos las personas miraron intrigadas hacia el cielo acompañado de un ruido que descendía su potencia. Resulta que una avioneta había dejado su rastro al recorrer este municipio, es decir, dejó una línea blanca como si hubiese sido trazada con una regla, esa misma que se va desvaneciendo al pasar de los segundos. Poco a poco se va recorriendo el sur del departamento del Tolima, así mismo municipios como el Espinal y Saldaña van completando la ruta hacia aquel desconocido destino. Entonces, ¿ya hay una pista acerca del lugar?

 




 

Cerro de Pacandé. Foto por: Mario Cerón Charry

http://pa.geoview.info/cerro_pacande,72930464p

Al transcurrir dos horas, y al completar 123 kilómetros desde la ciudad de Ibagué, empezó a subir la temperatura ambiente, y al tiempo la carretera la componían puestos de artesanías indígenas decenas de esculturas en barro, collares con figuras geométricas y por qué no venta de chicha también. El sol del mediodía compartía sus rayos a una montaña en forma de triángulo, con una cima puntiaguda, el Cerro de Pacandé pareciera como si estuviese en el centro de la vía; cada metro más cerca de él hace sentir como si creciera y se convirtiera en un imponente pico imposible de escalar.

 

Una pancarta gigante anuncia: “Bienvenido a la meca del folclor en Colombia” bienvenidos a Natagaima, pero la pregunta es ¿qué se podría hacer en Natagaima? Quizás dar un vistazo incitado por el hambre del mediodía sea el inicio para responder esta pregunta. Un municipio donde la alta temperatura más o menos 35° C, hace pensar como si se estuviese en la costa o los llanos orientales. Pero, no existe brisa, a menos que sea de un ventilador.

 

Al parecer es un municipio netamente tolimense, el cual conserva la cultura indígena en su diario vivir. Su comida demuestra lo mencionado anteriormente, la entrada es sancocho en leña, el plato fuerte viudo de bocachico (pes del río Magdalena), y de postre Poporoi, es panela rayada con hierbas tradicionales, el cual se sirve en hoja de plato. Reconocer las tradiciones de una comunidad por su comida típica, hace que no se pierdan aquellos inicios que representan al departamento del Tolima.

 

Pero a eso de las dos de la tarde Natagaima es estremecida por un silencio que aturde a los visitantes, la razón es que posterior a el dichoso almuerzo típico, por ley los natagaimunos hacen una pequeña siesta para “bajar el almuerzo”, se pasa de escuchar música popular y la venta de avena cubana, a solo oír el poderoso afluente natural.

 

De tres a cuatro de la tarde, la campana de la iglesia se escucha en todo el lugar, y se ven a los ciudadanos transitar en bicicleta, ¿por qué no? Dar una vuelta a Natagaima en cicla es un recorrido que no se podría hacer de una mejor manera, en cada cuadra se nota la diversidad cultural que alberga el municipio, además cruzar palabras con los que lo habitan hace que este lugar se perciba de una manera diferente.
 

En el parque central los protagonistas son los niños, quienes corren sin parar sin tener en cuenta la alta temperatura. Cada pedalazo hace que la experiencia sea completa, las casas de bareque, animales domésticos que dan el sustento a diversas familias y ancianos sentados en sus mecedoras saludando a todo el que pasa con un fuerte “tardes…” y esta travesía no podría ser la misma sin un helado o una avena cubana que se encuentran en cada esquina.

 

 

 

 

 

El sonido de las llantas de las bicicletas sobre la arena, se ven opacados por el río Magdalena, aquella corriente de agua que atraviesa todo Colombia, también se hace presente en Natagaima. Decenas de personas se dirigen a este lugar de encuentro para refrescarse, pescar y pasar tiempo de calidad en familia. Al llegar a la orilla del río, parece un lugar de diversión para todos. Con un neumático y una cuerda los jóvenes y adultos se dejan llevar por la corriente. Igualmente canoas como medio de transporte, en la mayoría de los casos usadas por los integrantes de resguardos y cabildos indígenas, quienes previenen a las personas de perder sus pertenencias, no por delincuencia, sino por los fuertes arroyos del río Magdalena, donde el siguiente grito alerta a cualquier turista: “¡amárrese bien esas quimbas que se las lleva el Magdalena!” Entendiendo quimbas como zapatos.
 

Conocer una nueva cultura, que quizás es subestimada y poco famosa, como se mencionó al inicio, brinda una experiencia que se debe vivir una vez en la vida, este es un lugar netamente tradicional, donde el ajeno se debe adecuar a su diario vivir, debe presenciar los hermosos paisajes naturales que rodean este municipio y contribuir reconociendo, ya que hay alguien más en el departamento. Al final del día,  lo predecible y la percepción anticipada dejó de existir, con el estómago lleno, un paseo en familia o amigos, un refrescante chapuzón y conocer una cultura diferente hizo que la experiencia fuese inigualable en semejanza a un destino predecible.  

Parque central de Natagaima

Tomada por: María Paula Anaya 

Habitantes de Natagaima en el rio Magdalena

Tomada por: María Paula Anaya 

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