No sabía a ciencia cierta qué me iba a deparar la ciudad musical de Colombia y mi amor regional por el Meta ninguna ciudad lo cambiaría. Ibagué ha logrado en poco tiempo demostrar que su esencia es embrujadora y lo ha hecho sutil, casi como la tentación. La flor tersa y pintoresca de los Ocobos, la piel canela de sus mujeres que enaltecen el vino tinto de su bandera y el dorado  intenso de sus días cálidos, complementan esta convergencia armónica entre el ser y el hacer parte de la ciudad. Ibagué se convirtió en mi amante furtiva.