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En busca de un sueño, después de la guerra

Por: María Paula Nuñez Rubio

Hace 35 años Sandra Morales vivía en Planadas Tolima, un municipio pequeño afectado y golpeado por la violencia y el conflicto armado en Colombia. En ese tiempo, todos los niños de aquel municipio salían de los colegios directamente a sus casas con el miedo de no encontrar a su familia viva. Sandra vivía en una pequeña casa junto a sus cuatro hermanos y sus padres, pero fue sacada de su hogar, junto a su familia,  por los grupos armados, quienes los obligaron a huir. Obligados a vivir en un lote de invasión y permanecer allí, sin un techo,  esperaron hasta qconseguir al menos teja para cubrirse de la lluvia y los fuertes vientos de la noche. 

Sandra y sus hermanos lograron estudiar en una pequeña escuela, mientras su mamá se quedaba en la casa y su padre trabajaba largas horas recogiendo café. Él, pudo conseguir suficiente dinero y construir una casa en aquel lote, que en ese momento solo era un lugar decorado con muchos árboles. Por cuestiones de dinero, Sandra no logró terminar sus estudios de bachiller y sus sueños y metas quedaron en su memoria. Desde muy pequeña, empezó a trabajar en diferentes labores, desde ayudar a su mamá en los trabajos de la casa, hasta ser una campesina más de su pueblo, que laboraba en ese gran trabajo de recoger café, durante largas horas bajo el sol. Su gran valentía y esfuerzo la hacía ver como una joven interesante y diferente a las demás niñas de Planadas. Esas características hicieron que Óscar Aldana, un joven campesino, nunca desistiera del amor por Sandra, a tal punto que a sus 16 años se casaron y al poco tiempo naciera su primera hija Juliana Aldana Morales.

 

Junto a su esposo, buscó el progreso en la vida y salió del pueblo que tanto amaba, pero en su memoria seguían los recuerdos imborrables de la guerra; recordaba que Planadas en la época de 1964, era conocida como el corazón de la guerra y el epicentro de la violencia, donde circulaban carros blindados (camionetas color blanco) y la mayoría del tiempo permanecían a las afueras de los colegios del pueblo, esperando a los jóvenes aparecer. Una de las hermanas de Sandra fue capturada por aquellos hombres de las FARC, quienes conducían las camionetas en busca de rehenes; niños secuestrados para trabajar como miembros del grupo armado. En el año 2012 llegaron a la ciudad de Ibagué, Oscar a trabajar en construcción y Sandra a cuidar a su pequeña hija y al segundo bebé que tendrían a finales de ese año. En aquel entonces, adquirieron una casa en donde podían compartir con su familia, que también era oriunda de Planadas. 

En Ibagué encontró  trabajo con señores de la tercera edad, en casas de familias y en el próspero negocio de hacer arepas todas las noches fuera de su casa, en el barrio Jardín de Ibagué. En la actualidad, es una mujer emprendedora, madre y esposa que a pesar de tener aún a cargo a su hijo menor y su nieto, no ha parado de trabajar y disfrutar la vida sin dejarse afectar por las heridas que le dejó la guerra; es una mujer luchadora y dedicada a su hogar, con cuatro hijos, tres de ellos trabajan en diferentes partes del país y su hijo menor Eduardo Aldana, que aún vive con ella.

Siempre recuerda la noche que se fue de Planadas. Todavía lucha por la tranquilidad de su pueblo y el bienestar de su madre que se encuentra viviendo en una finca a las afueras de este municipio, aislada de la guerra y el conflicto armado, que aún no cesa en su pueblo. Hace dos años, Sandra se reencontró con su madre con el fin de buscar a su hermana; llevaban juntas la foto de Lorena Morales y en sus manos un pequeño rosario. Pero, hasta hoy, sigue en la lista de miles de desaparecidos por el conflicto armado. 

 

Sandra Morales dice con nostalgia que "la vida hay que disfrutarla y recordar esos momentos vividos en mi pueblo. Ser víctima del conflicto armado me impulsó a ser una campesina trabajadora, situación que me ayudó a salir adelante y a conformar una familia feliz y unida”. Hoy, en Ibagué sigue haciendo lo que más le gusta: cocinar. Vecinos y amigos llegan a su hogar y no salen sin tomarse un café o haberse comido un gran plato de comida. Su esposo es feliz con ella hace 49 años, él incluso sigue en su labor de constructor y la acompaña todos los domingos hacer mercado a la Plaza del Jardín, y nunca les puede hacer falta un inmenso racimo de plátanos.

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