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Edgar Delgad es uno de los profesores con más antigüedad de la Universidad de Ibagué, con unos 23 años vinculado a la institución, al hablar de la educación y la enseñanza, lo hace de manera contundente.

 

Edgar mira fijamente hacia la cámara, mientras le pregunto sobre aquella reflexión que nos hizo en clases pasadas, esa en la que su tono de su voz cambió al acostumbrado, de un tono amigable y conciliador, a uno en el que se notaba la decepción y tal vez la impotencia.

 

Cuando voy terminando ya no mira la cámara, me mira a mí, con una expresión de sorpresa, y afirma que no pensó que hubiese sido tan evidente, pero que todos en la vida tenemos luchas; “la vida está conformada por encuentros y desencuentros, vivir es una perdedera de tiempo, y el mejor día de mi vida aún no ha llegado”.

 

Antes de que pueda indagar sobre aquella visión, tal vez oscura o tal vez realista, Edgar prosigue, aclarando un poco lo dicho anteriormente. “Ahí hay un asunto de desesperanza, que no es solamente mía, quienes nos dedicamos con seriedad a la educación, a la ética y la filosofía, lo que vemos alrededor de manera cercana y lejana, es una cierta regresión; estamos en una sociedad donde no hay ideales políticos, donde no hay esperanzas utópicas, donde no hay sueños, una sociedad plana, donde el único compromiso es consigo mismo”.

 

Pregunto a qué se refiere con ideales políticos y por qué no los hay, responde rápidamente, sin necesidad de pensarlo mucho, alguien que ya ha reflexionado sobre todo esto y su discurso ya está escrito de alguna manera, “lo que yo veo entre las generaciones de hoy, entre los jóvenes y los adultos, es una vida muy cómoda, estamos cómodamente instalados, no hay una militancia política decidida, cada quien está metido en su cuento y sus intereses son muy reducidos, solo al grupo selecto de sus cercanos, pero más allá no hay un sentido político, la política tiene que ver con la búsqueda del bien común, de la justicia, de la igualdad, condiciones más auténticas de existencia”.

 

Prosigue sin mediar más palabra, y aterriza su discurso en la educación: “Un autor francés, Gilles Lipovetsky, quien llama a todo lo que yo acabo de mencionar un espíritu de liviandad, incluso se ha metido en la academia, hay que facilitarlo, todo tiene que ser entretenido, todo tiene que ser fácil. Entonces, todo el asunto del esfuerzo, la disciplina, el compromiso y la fatiga eso ya no existe, las nuevas pedagogías son más para entretener que para recrear, y no apuntan al reto, a la exigencia y la lectura”.

 

Edgar a simple vista no es una persona muy expresiva, pero posee una mirada fuerte, de esas que llegan a sentirse durante toda la entrevista; no se movió de la posición inicial, solo por aquel momento de sorpresa su rostro mostró una expresión diferente a la acostumbrada.  Esto se ve reflejado en una frase que parafraseó de Nietzsche, mientras hablaba sobre su visión de la vida, que para ser honesto me agarró desprevenido, tal vez por la fuerza de la misma, “lo mejor es no haber nacido, y de haber nacido haber muerto muy pronto”. Edgar dice que este pensamiento lo ha acompañado durante un tiempo, que antes era más radical, pero con el pasar de los días ha aprendido a ocultarlo, o más bien a atenuarlo.

 

Ese clima, haciendo referencia a la sociedad facilista y orientada a la diversión, para quienes queremos una sociedad de hombres y mujeres distintos es desilusionante, dice Edgar, mientras suelta una pequeña exhalación, como quien se ha desahogado, como quien hace tiempo tenía algo que decir, pero no había encontrado el detonante o el momento para hacerlo.

 

Para terminar, Edgar expresa, “aun así, yo creo que las personas pueden cambiar”.

La desilusión no impide creer

Edgar Delgado Rubio     Foto por: Camilo Pava

Por: Camilo  Pava 

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