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LA CÁTEDRA DEL VAGABUNDO, COLUMNA DE OPINIÓN

ILUSTRACIÓN: JOSE MORERA

Contra la academia

17/ABR/2019

Por: Juan Esteban Leguízamo

Nietzche dijo que "hay espíritus que enturbian sus aguas para parecer profundos". Y cien años después, dio en el blanco para ofrecernos un retrato hablado de los académicos.

Leer un texto académico equivale a desenredar una cruzadera de cables. ¿Le ha pasado a usted alguna vez? Quiero decir, que por más que pruebe y forcejee no llega a ningún sitio y enreda más el problema.

Pues bien, algo similar ocurre cuando leemos a algunos académicos y a su lenguaje refinadísimo. Usted tiene el papel en mano, y mientras procura desenredar el texto incomprensible, se despista con algo más interesante –una mosca, por ejemplo– y tiene que volver a leer. Pero en este caso, por más que pruebe y forcejee e intente descifrar, eso no tiene fondo, porque no hay mensaje, sólo ruido innecesario.

Hace unas semanas un académico se presentó en la universidad para ofrecer una cátedra que él llamó “metodología de la investigación: un acercamiento a sus herramientas conceptuales desde la lógica y la epistemología”. Qué emoción, parce, dijimos nosotros, ¿y si no fuera obligatorio venir? Pero el hombre no vino a hablar sobre lo que había prometido, y triunfó al contrario de otros que han cumplido su palabra.

A mediados de su charla floreció un tema interesantísimo: la máxima pragmática. Un planteamiento prometedor que evalúa las cosas según su impacto en la realidad; en oposición a la teoría, que como bien sabemos, sola no sirve para nada.

Ya en la ronda de preguntas un asistente quiso armar un debate, y preguntó al académico si el periodismo debería considerarse un oficio o una ciencia. Él contestó al instante que aplicáramos la máxima pragmática: que si acaso eso cambiaba en algo el rigor de la investigación y la ética de nuestro trabajo. Punto. No hubo nada que debatir. El asistente calló.

De ser así, la máxima pragmática descabezaría a muchos académicos y sus planteamientos de investigación. Pero este hombre fue osado, y confesó que después de tanto estudio y análisis, su última tesis de investigación (importantísima para el devenir humano) había sido leída por cuatro personas: los jurados de tesis y su mamá –que la dejó por la mitad.

No nos digamos mentiras: los académicos no tienen lectores fuera de la academia. Y ningún posgrado hará interesantes sus textos, ni pequeño el vacío de lectores.

Antes de culpar, como siempre, a los estudiantes y su indiferencia, los académicos deberían observarse a sí mismos y a sus textos. De pronto notarían que la culpable no es nuestra ignorancia, sino la de ellos al escribir puros malabares retóricos, y ruido innecesario, cuando pueden hablar perfectamente en español.

Hablo de esos ignorantes que no pueden decir nada, ni soltar un eructo, sin pretender sonar profundos e intelectuales; y que lo dejan a uno acompañado de un sentimiento de incomprensión culposa. Pablo Arango ya los había descrito como los “analfabetos ilustrados, los Cantinflas pero sin gracia”. Los mismos en que John Romano debió haber pensado cuando dijo que “mientras menos se entienda una situación, más pretenciosa será la forma de expresarla”. O sea, el común "dime de qué presumes y te diré de qué careces".

Entonces, no sólo los estudiantes aprendemos a dominar el fino arte de hablar mierda cuando no tenemos nada bueno que decir. Algunos académicos y profesores también recurren a la parla que da vueltas y vueltas, pero que no rellena ningún vacío, sino que delata la poca claridad que tienen sobre sus ideas: el efecto ruidoso del pensamiento embolatado.

Los académicos también se sacan de la manga varias muletillas grandilocuentes: gran transformación, en los últimos años, sociedad contemporánea, problemática socioeconómica, dinámicas, diversos y diferentes, transdiciplinar (para presumir un supuesto impacto en áreas que los ignoran por sosos).

Si el medio académico desea acaparar más investigadores que contribuyan a la investigación, debería entender primero que hace lo contrario: nos aleja cada vez más de ella por las reglas de mal gusto que impone. Reglas de hipercorrección y aniquilamiento de la creatividad que a fin de cuentas sólo sirven para dar sueño, apagar e irse. Prueba de ello es saber que no hay estudios académicos que sean a la vez interesantes y legibles, sino un tedio y un auténtico rompecabezas (literalmente).

Las reglas deberían ser, antes que nada, de claridad, luego de atractivo, y siempre las de alejarse de la confusión. De lo contrario, las reglas seguirán siendo lo que son: útiles para embriagar y espantarnos de cualquier charla, parce.

¿A quién le puede interesar un texto sobre “metodología de la investigación: un acercamiento a sus herramientas conceptuales desde la lógica y la epistemología”, que no sean los jurados, los académicos o la mamá del autor?

Según Google, la epistemología es la parte de la filosofía que estudia los métodos del conocimiento humano. Punto. La mejor epistemología para mí es la del botellazo, el paredón y los guantazos que nos da la vida para enseñarnos, para aprender; no la que se encuentra en los libros de teoría y encuentros de academia.

Con lo anterior quiero decir, que el problema de los académicos no es el tema del que hablan, sino el mensaje que construyen; que el fracaso es una cuestión de método.

Todo puede cambiar de entrada, si reformulamos el título que encabeza cualquier trabajo: Cien años de soledad, El secreto de Joe Gould, Las intermitencias de la muerte, Operación Masacre. Aunque el ejemplo es exagerado (porque es literario), no deja de ser pedagógico: un poco de creatividad y vuelta de tuerca no hacen daño a la investigación. Y en este caso, menos resulta siendo más, porque un potencial lector termina preguntándose ¿quién puede vivir cien años en soledad? ¿Cuál será el secreto de ese tal Gould? ¿Acaso me quiere insinuar que la muerte hace excepciones? ¿Qué quiere decir este con lo de una operación masacre? En cambio, no creo que usted, muy pensante, se haya preguntado alguna vez en la vida: ¿cuáles serán los mejores acercamientos a las herramientas conceptuales desde la lógica y la epistemología? Qué curiosidad, parce.

Lo sé. Entiendo que hay reglas que debe seguir todo texto para ser legítimo. Pero al margen de ellas, puede encontrarse eso que nosotros los adultos jóvenes buscamos siempre, y que hace que estos textos sean menos intolerables, más pragmáticos.

Para todos los académicos: por favor vayan al centro, no redunden el mensaje, no lo vistan por amor de Dios con una verborrea incomprensible, o con largas oraciones (sin un punto) que no dejan respirar. La información es compleja, pero ustedes deben presentarla de modo que desamarren esa cruzadera de cables que son sus ideas.

Justo como hizo el académico que habló sobre la máxima pragmática: se la pasó contando chistes y formulando preguntas engañosas, pero fue más transparente y certero que cualquier otro que lo antecedió.

Ojo académicos, porque este hombre anda suelto y los está dejando mal parados. Nos invitó a reflexionar sobre las bases lógicas y de sentido común sobre las que se piensa cualquier investigación (sentido que como bien se sabe, cliché, es el menos común de los sentidos). Fue la mejor lección de cómo bajarse los pantalones en la cara de la academia.

Pero –y siempre hay un pero–, la máxima pragmática es defectuosa. Porque es invención humana. Y nadie cree que su trabajo sea inútil. Nadie. Ni la charla de este hombre, ni los planteamientos de los hombres de su medio.

Tenemos oscura academia para largo rato.

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