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Pintura y tinta: la historia de un artista

Por: Nicolé Juliana Cerón Nonato

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Mujer que me tocaba el corazón, me tocaba el lapicero o la pluma – contaba Ancizar Castaño.

Eran los años noventa y situado en la ciudad de Ibagué, un docente de Biología, Química y Educación Física, se enamoró perdidamente de una estudiante. Fuera de un cliché, fue un idilio amoroso que tuvo lugar en los años de la caída del muro de Berlín. Como si fuera una novela, los padres de ella deciden llevársela a Bogotá, sin saber que su amado la visitaba los fines de semana para caminar por la séptima, hablar o simplemente tomarse de las manos. Sin embargo, tal y como manifiesta el hombre, el miedo a dejarlo todo impidió que se decantará por quedarse  para siempre con ella, decidiendo un día que sería el último a su lado. Con lágrimas y nostalgia se despiden estos dos enamorados, sin saber que, para él, Ancizar Castaño, el dolor de la separación era el detonante para que recordara un arte tan antiguo como la naturaleza misma. Ese día, cuando dejó a su estudiante y novia en la casa de la tía para no volverla a ver, llegó a su hogar a dibujarla a lápiz en un lienzo. Pintó su rostro y, tal y como lo expresó, diluyó el lápiz con sus lágrimas.

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Después de este hecho, el escritor y pintor Ancizar regresó a la ciudad donde crecen los ocobos, allí se dedicó a enseñar, es decir, a ser maestro. Esta profesión fue inculcada por su madre, una mujer trabajadora que siempre recordó a sus siete hijos la importancia de estudiar. Con cariño, Ancizar atesora los años que recuerda con sus padres, siendo su papá un personaje importante en su vida artística. Desde sus primeros años, este hombre cuyo cabello posee ya algunas hebras blanquecinas hasta los hombros, nunca recuerda haber estado lejos del teatro, la cuentería y la lectura.

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José de Jesús Castaño Castilla, fue un hombre campesino que trabajaba arduamente la tierra para poder sostener a su familia. Cualquiera pensaría que se trataba de un personaje similar a aquellos que trabajan, terminan su jornada laboral y después van a beber algo o a descansar. Sin embargo, este hombre veía poner el sol a las cinco de la tarde y al mismo tiempo que el día se volvía noche, él cambiaba sus utensilios de trabajo por libros de Vargas Vila y una pluma para componer poemas, los cuales después recitaba a sus hijos y conocidos, como los juglares de la edad media. Cambiaba un poco de descanso por las veladas de aquellas épocas de los sesentas, que consistía en las presentaciones artísticas de los colegios a plena luz del día, también conocido como teatro rural, escaso en estos tiempos actuales.

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Los colores y el arte llenaban la vida de José, es por ello que fue pintor de brocha larga y realizaba obras utilizando los discos de acetato que ya estaban desgastados de tanto girar en los tocadiscos. No obstante, antes de esta época llena expresiones de alegría, la familia Castaño se vio obligada a abandonar su hogar en el año 1959, cuando la guerrilla entró a su vivienda y los amenazó. En costales y con la luna como testigo de este lamentable hecho, salieron del Antioquia que había visto al más pequeño de los Castaño, Ancizar, hacer primero de primaria. Es así como llegaron a la tierra tolimense a tener un nuevo comienzo.

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Fresno fue la tierra que recibió cálidamente a la familia Castaño con su clima templado y a 142 kilómetros de la capital tolimense. No obstante el futuro aún tenía más retos para ellos. En esos años sesenta el gobierno decidió hacer un cambió en la agricultura de un producto cuyo aroma está en el diario vivir de los colombianos: El café. Con el paso de los días comenzaron a cambiar las siembras de café Arábico por café Caturra, un tipo de café más comercial al mercado. Esta decisión, fue el detonante para que José de Jesús decidiera tomar su maleta y comenzar a trazar sus pasos sobre un país que se movía en torno a la economía; es así como en su travesía llegó hasta el eje cafetero.  Allí pintaba casas, construía en guadua y hacía con esmero y amor cuanta labor saliera para así poder sostener a su familia, cuyo recuerdo lo acompañaba hasta llegar de nuevo a su hogar en las dos o tres veces al año que los visitaba.

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Mientras José trabajaba, su hijo menor cursaba primero de bachillerato en el colegio San José. El curso de los acontecimientos hizo que todos dejaran ese lugar que los acogió y tomar un nuevo rumba con toda su familia hacía Pereira un corto tiempo. Llegados el año 1966, la vida decidió que los Castaño llegarán a Ibagué para continuar trabajando los diversos talentos que habían cultivado en el seno de una familia llena de vida. Es en este año en donde Ancizar comienza su grado noveno en el colegio Leónidas Rubio de donde meses después fue expulsado. Para esa época, este futuro artista ya empezaba a entrenar con su pluma sus primeros escritos, plasmando en el papel su sentir. Llegó a la Normal por influencia del esposo de su hermana que, tal y como él en un futuro, dedico su vida a la docencia. La Normal fue el último escalón dentro de su vida académica en el colegio, puesto que esta institución fue la que vio graduarse a un venidero artista y escritor.

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Las hojas de los ocobos se caen y se renuevan a medida que Ancizar Castaño va creciendo y termina de estudiar su licenciatura en biología y química en la Universidad del Tolima, justo en el año en el que Sony sacó el primer walkman, 1979. A partir de ello, fue trasladado como docente al colegio Antonio Reyes Umaña, donde sacó su perfil polifacético y enseñó educación física, artística, biología y química.

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El tiempo es un aspecto que marca la vida de este hombre que recuerda y atesora cada año de su vida, es así como sus sueños avanzan y las oportunidades van marcando un sendero que lo harían crecer como artista. En 1981, a su puerta toca un casting de teatro desde la secretaría de educación. Allí, es el escenario en el que conoce a Misael Torres, Hugo Afanador, Julio Ferro y demás personajes que formarían parte de ese universo del teatro y la pantomima. Es así como se encuentra con un antiguo amigo que le recordaba a su niñez y que en su momento había dejado en segundo plano, el arte. Lo toma de la mano y comienzan una búsqueda en su interior que lo llevaría a explorar cada rincón de la pintura que sería su vida, en donde la escritura, las artes escénicas y la cuentería, serían fundamentales para dar sentido a su existencia.

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Es así como Ancizar Castaño llega al momento de su vida en donde vive una historia de amor digna de ser contada y comienza a escribir desde la emoción y el enamoramiento.  

Después de esta etapa en donde el dibujo fue una catarsis para atravesar por el desamor, este artista comienza a explorar con vehemencia el mundo de la pintura y la escritura entre los años 1993 y 1994. Es en esos momentos de inspiración y conexión con su quehacer, en los que crea su primer libro: cuentos cortos para noches largas. Es en esa tarea de creación, en ese casi ritual artístico y de inspiración, que desarrolla una práctica que para él es efectiva al momento que poner el lapicero sobre el papel:

- Escribo de noche, apago la luz para pensar. Me gusta tener un café y estar aislado. Cuando ya voy a escribir, la prendo.

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A medida que el tiempo pasa, llega el primer año del siglo XXI, el año 2000. Con él se vienen muchos acontecimientos para la humanidad, desde la cooperación entre las dos coreas hasta la reelección presidencial de Hugo Chávez en Venezuela. Aun así, esto es solo el comienzo de una era que traería, dos años después, el despertar artístico de Castaño al comenzar a narrar los cuentos, que con naturaleza y desde lo más profundo de su mente, querían salir a alegrar y hacer volar la imaginación de quienes los escuchaban. Hubo una historia que el cuentero destaca pero que no está escrito, y es de tal extensión y detalle que no se puede contar en cinco minutos, él lo bautizó como: El delfín de color magenta que se enamoró de la Luna. 

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Los cuentos son parte de la vida del escritor de una manera especial, de una forma que sus amigos también los narran. Tal es el caso de Fernando Valdez, quién también comparte la historia del delfín, entrelazando con sus propias palabras la idea original, creando versiones de la historia que enorgullecen a su autor.  Para no cansarnos de las historias, aprendemos la estructura del cuento y de acuerdo a las situaciones y la versatilidad para contar, lo cambiamos.

Ancizar cree que una faceta nueva que él tenía que explorar en su vida era la fotografía. Dentro de un sinfín de posibilidades sobre qué hacer para participar en el Salón tolimense de fotografía en el año 2004, este hombre decide remitirse a su pasado. Es así como en una de sus idas a fresno, encuentra en una pared de su casa, la imagen de sus abuelos paternos. Esa fue la aguja en el pajar que decide tomar para llevar a cabo una creación que despertaría en las personas, tantos sentimientos como los usados en su formación.

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“Viva el arte” es una frase de tanto poder y profundidad que permite que quien la escuche sienta la magnitud de lo que se habla. Ese fue el nombre de la galería donde Castaño estudió. Un paso más para llegar a crear la exposición: Progenie Saga, que lo hizo acreedor del primer puesto de este Salón. La magia de este momento de su vida, radica en la versatilidad de sus manos y su alma al comenzar a mezclar acrílico, raspar pintura, untar y comenzar a mezclar sobre las fotos de él, su padre y su hijo. De allí, fue naciendo una línea de tiempo en imágenes impresas en papeles de diversas texturas en tonalidades amarillas, verdes y negras. Una impresora casera escasa de tinta, solo eso necesitó para ver desde otro ángulo una historia familiar que trascendía los años y las generaciones.

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Cuba, Venezuela, Krakovia, Bogotá e Ibagué, han sido ciudades por donde el arte de Ancizar ha pasado. El cumulo de experiencias e ideas que se pasan por la cabeza de este artista son inimaginables. Es de esta forma, que llega en el 2008 a la feria del libro con su primer ejemplar de cuentos. Jairo Aníbal Niño, Fernando Soto Aparicio y Carlos Orlando pardo, son solo algunos de los escritores con los que este talentoso artista se encontró en el evento. Fueron esos momentos de emoción, en los que recordó con cariño al autor de que el arte corriera por sus venas desde que nació, su padre.

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Estas experiencias lo prepararon para años después conocer uno de esos lugares de ensueño que son reales en la imaginación de quienes los visualizan. Y es que tiene una fascinación por el oriente que se demuestra al cargar en sus manos una libreta de color hueso y broche dorado con una mujer desnuda entre sabanas plasmada en relieve como portada, comprada por él en un viaje que realizó al extranjero. Representa su diario o libreta de apuntes. Es escritor, su inspiración va y vuelve, la tinta y el papel hacen parte del botiquín de supervivencia de este hombre.

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Entre cuentería, proyectos con la alcaldía, pedagogía infantil y artística desde el cine los años van pasando hasta llegar al 2017. En este año dirige cuentería en la Universidad del Tolima durante dos años y se destaca como un muy buen actor en el teatro.

-Las misturas de mi vida en lo artístico ha trasegado en distintas partes - Expresa Ancizar al mencionar su trayectoria profesional.

Es así como sigue creciendo artísticamente, alimentando su trabajo con expresiones foráneas que generan como resultado los Haikus. Según Castaño, es una expresión escrita originaria del oriente que se compone de diecisiete silabas, desde los ideologismos y lenguaje japonés, dedicadas a cualquier cosa que conmueva a quién lo crea. Es así como nace: Aromas a Haiku, que contiene pequeños fragmentos como este:

 

“Noche sin luna. Luz de ángel caído. Duerme la nieve”.

 

Dentro de todos sus trabajos literarios, hay uno que este personaje tan inusual y con una vena artística que ha sido su compañera en cada uno de sus proyectos, tiene pendiente. Son tres los hijos que conforman el núcleo familiar del artista: Un hijo de 33, una joven de 22 años y un niño de 10. Dentro de todo el mar de recuerdos, Ancizar comenta que su vida afectiva ha sido un poco dispersa, esto hizo que desde antes que naciera su primer hijo, ya se hubiera separado de la que era su pareja. Es allí cuando nace la idea de “Las historias que nunca te conté”, un libro dedicado a su hijo mayor a raíz de los años que nunca vivieron juntos.

Uno de los momentos más duros de su vida, ha sido afrontar la muerte de su madre hace ocho años y la de su padre hace seis años. “El que no estén físicamente hace que estén más presentes”, comenta. Este hombre de estatura media, evoca con cariño las palabras de Alberto Villanueva:

 

“mano que pena, me voy para el pueblito por que se me olvido el rostro de mi madre”.

 

Es así, como recuerda ese sentimiento que evoca la pérdida de un ser querido. Mucho más, si se trata de esas dos personas que se encargaron de que descubriera las que serían las eternas pasiones de su existir: La escritura, la pintura, el teatro y la cuenteria.

Como si fuera la cinta de una película, la vida de Castaño está llena de momentos, que sean buenos o no tanto, tienen algo positivo que mostrar. Es así como este artista llega al Chi-Kun y el Reiki. Estas son filosofías orientales que han permitido que fluya en su trascender como persona, a través de las energías y el desarrollo espiritual. Él lo resume en que las personas deben ser capaz de ser uno con el cosmos. Y es así como él lo vive. A pesar de venir de una familia católica y pagana, en ese viaje de autodescubrimiento que es su vida, adoptó la filosofía de que Dios es una gran energía que mueve el cosmos.

La vida de este hombre es una pintura que todavía está a la mitad, sólo él sabe cuáles colores falta mezclar, que técnica debe aplicar y el resultado que el universo tiene planeado para él desde que vislumbró por primera vez el mundo en los años cincuenta. Actualmente el libro a su hijo mayor es uno de los proyectos que encabezan su lista. De igual forma lo es dedicarse a su hijo menor que viene de visita desde Europa a donde se fue a vivir hace dos años con su madre. Lector y cuentero, va heredando el cariño por el arte que Ancizar le inculco desde los dieciocho meses, momento en el que su madre viajo para España y quedo al cuidado de su padre, con el cual desarrolló durante su crianza, un amor muy profundo.

En uno de esos momentos en los que la pluma y el papel fueron su universo, escribió el siguiente micro cuento:

 

“Mamá golondrina anidó y empolló dentro de una calavera. Alguien vio y dijo: por fin ese fulano sirvió para algo”

 

A simple vista se lee como un escrito casual. Sin embargo, lo que pocos saben, es que al ver está escena en la vida real, este artista que con pasión observa su alrededor lloró al notar el significado que la naturaleza, la vida y el mismo Dios le querían dar: La vida y la muerte se pueden encontrar en una situación que no puede ser más que arte. Y según él: el arte es para testificar todo aquello que no podemos contar.

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